La ley, la libertad y el orden.
11 de noviembre del 2014.
Nos encontramos pasando por una etapa prácticamente sin precedente, ya en comentarios anteriores en esta misma columna, se habían dibujado escenarios que ahora son una realidad preocupante.
El clima de violencia que desde hace algunos años se padece en el país, ha creado una percepción de desestabilización, aunada a la psicosis colectiva de impotencia y frustración. Los índices de confianza en las autoridades, principalmente en aquellas encargadas de aplicar la ley, dígase los policías y los órganos de procuración de justicia, están por los suelos, el incremento del secuestro, los delitos del fuero común, el robo y la extorsión, forman opinión pública adversa a las frágiles instituciones.
Los recientes episodios de Tlataya y Ayotzinapa son claro ejemplo de una descomposición social, política e institucional, cada vez más evidente en las distintas regiones: Tamaulipas, Michoacán, Nuevo León, Chihuahua y algunos otros casos palpables.
Como muchos lo advertían, se han roto las reglas de convivencia social, erosionado el tejido de la comunidad, provocando un desgarrador dolor y la gestación de rencores. El profundo sentimiento de libertades acotadas está presente, la inseguridad personal y también enormes brechas de desigualdad.
En este rubro nos toca a todos actuar con responsabilidad, aunque estoy cierto que se sigue lucrando con la marginación y la pobreza, la compra de votos y voluntades en las elecciones son actos cotidianos que merman la cultura y desarrollo democrático. Lo mismo ocurre con las desigualdades civiles, judiciales y económicas, que están muy acentuadas dentro del entorno social, ya no digamos la lacra de la corrupción.
El movimiento estudiantil y la quema de la puerta de palacio nacional, sin duda, son manifestaciones de inconformidad sustentadas en la injusticia y por consecuencia la carencia de un orden con equidad.
El fin principal del Estado es conservar el orden y fomentar el bienestar general, cuando eso no ocurre, significa que algo no funciona correctamente, que existen desequilibrios y la necesidad de realizar ajustes.
Los acontecimientos suscitados y el desgaste de México ante la comunidad internacional en materia de Derechos Humanos, nos coloca en posición de alerta para reaccionar tanto sociedad como gobierno, en las causas, efectos y soluciones de corto, mediano y largo plazo, comenzando por reconocer la existencia de una crisis.
Poner atención en las libertades de las personas con todo lo que ello implica, procurar leyes justas e impulsar el orden con respeto, igualdad, ética y responsabilidad, debe ser un buen comienzo para la recomposición.